Hazte Odiar March 2017
HazteOir Han puesto el grito en el cielo

 

Siento llevar la contraria a la mayoría de mis conciudadanos que han puesto el grito en el cielo (más chistes que gritos, también es verdad) a cuenta del autobús de la organización ultra tolerante (con sus propios demonios), ¡Hazte Oír!, que ha tenido la bendita ocurrencia de sacar a la calle el autobús con la campaña contra los niños y niñas transgénero. El mensaje ha servido, sobre todo, para poner de actualidad un drama del que no se hablaba. No era yo consciente del sufrimiento de las personitas que nacieron en cuerpo equivocado y que en su búsqueda de la felicidad se topan con el desprecio y la incomprensión de la sociedad. Agradezco sinceramente que ¡Hazte Oír! me haya hecho escuchar lo que esas criaturitas tenían que decirme para así poder darles un poco de cariño y que tengan fuerza para seguir peleando por sus derechos, que en el fondo también son los nuestros.

Además, la campaña del autobús vociferante me ha complacido por la evolución manifiesta que han sufrido estos pitecántropos erectus, que ya empiezan a parecerse al homo sapiens del siglo XIX, ya que se han puesto a escribir palabras que son incompatibles con las hogueras de los autos de fe y los potros de tortura donde, no hace mucho, acababan todos aquellos que se oponían a su benéfica religión y pudorosas costumbres.

Sin ir más lejos , en los años 70, los papás (presuntos) de estos pequeños torquemadas redactaron una ley llamada de Peligrosidad Social en la que se castigaba, entre otras cosas, la homosexualidad y la mendicidad, gravísimos delitos que te hacían beneficiario de una buena mano de hostias en comisaría. No te quiero contar si además de pobre eras mariquita. Un avance con respecto a la anterior ley que regulaba la materia, llamada de Vagos y Maleantes, promulgada por la II República y que fue ampliada por Franco para incluir a los homosexuales. En virtud de esta norma, muchos españoles de la acera de enfrente (enfrente, según desde donde mires) acabaron en los campos de trabajo o ante el pelotón de fusilamiento. Ahí está el caso de Lorca, al que lo último que le hicieron oír fue "rojo maricón".

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